La dulce historia onubense de los caramelos. (I)
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Un caramelo es un alimento preparado generalmente a base de azúcar. Se consigue mediante la cocción de azúcar. Este puede consumirme como líquido, tal es el caso del caramelo que se añade por encima del flan, o como sólido. El caramelo solidificado se consume habitualmente dejándolo deshacer en la boca. A este se le suele añadir sabores diversos.
Como vendedor ambulante de caramelos, debemos gentil recuerdo a José González Pérez, conocido con el remoquete de “Panfrito”, que actuó en diversos equipos de fútbol de nuestra capital en la demarcación de cancerbero, a quien el Real Club Recreativo de Huelva le dio un partido de homenaje en 1940, por haber defendido sus colores. “Panfrito”, fue también el autor del libro “Historia del fútbol en Huelva y provincia”, obra que gozó de gran prestigio en nuestra ciudad. Pues bien, José González vendía a los pasajeros de las líneas férreas de Sevilla-Huelva y Zafra-Huelva unos descomunales caramelos popularmente conocidos como “adoquines”. Estaban éstos envueltos en cinco papeles diferentes cuyos colores eran: verde (para los caramelos de sabor a menta), amarillo (limón); rosa (fresa) y rojo (naranja) y los adquiría, al por mayor, en la Tienda de Blas, calle Rábida, donde también vendían unos caramelos de chocolate con almendras, inaccesibles para los bolsillos modestos.
En 1939, viene destinado a Huelva, en calidad de Delegado de la O. N. C. E., el que años más tarde fue ilustre compositor, Primitivo Lázaro. Con gran visión de futuro, pensó en la Casa Colón como sede de su Organización. No lo pudo adquirir porque el Consejo Superior de Ciegos de la Organización consideró que tres millones y medio de pesetas era una cantidad demasiado alta para destinarla a Huelva, sin tener en cuenta que esa finca vale hoy ochenta o noventa millones de euros y en la cual él se proponía instalar la Delegación Provincial, un colegio para Niños, Residencia para afiliados sin hogar y, sobre todo, Fábrica de caramelos.
Ante la negativa del Consejo Superior, compró el edificio rotulado con el número 5 de la Alameda Sundheim, un precioso chalet, estilo palacio, que había sido elevado en 1868 por el magnate alemán Guillermo Sundheim y Giesse, y que tuvo el honor de albergar, compartido con una embarcación surta en la ría, catorce años, más tarde al Rey Don Alfonso XII cuando estuvo en Huelva.
En los años cincuenta del siglo pasado, cuando nuestro país salía del negro túnel de la racionamiento de alimentos, llegaron a nuestra ciudad los caramelos “Trébol”, de la Casa “Tucán”. Los niños huelvanos comenzaron a consumirlos en gran cantidad por dos razones: por su calidad, y porque un número determinado de envoltorios enviados en un sobre a la central de la Casa los hacía participar en un sorteo. En el “Odiel” del 11 de abril de 1956, los caramelos “Trébol” llevaron grandes premios al Colegio Francés de Huelva: un velomotor “Mosquito”, cinco bicicletas, doce relojes “Techacs”, doscientos veintiocho plumas estilográficas y numerosas bolsas de… caramelos “Trébol”.
A lo largo de muchas décadas, Huelva ha asistido siempre a la invasión de sus calles y plazas por las comitivas de los Reyes Magos. Así, mientras sus pajes y ayudantes desde las carrozas arrojan confetis y serpentinas, ellos arrojan caramelos a los miles y miles de huelvanos que contemplan el paso de la Cabalgata. A juzgar por la violencia con que tiran los caramelos, más que Reyes de Oriente parecen honderos baleares.
Pero sigamos a respetuosa distancia a un conocido personaje, y donde él entre, entremos nosotros; cruza con celeridad la calle Concepción y se detiene a saludar a un amigo a quien da un caramelo. Se trata de Diego Díaz Hierro, huelvano, y José Manuel de Lara, hijo de Guadix (Granada). Ambos son gente de la pluma. El primero es insigne historiador. El segundo es un poeta de reconocida sensibilidad. Después de tratar sobre diversas cuestiones, don Diego continúa sus pasos y se detiene ante otro amigo al que también le ofrece otro caramelo. Y así iba, dando caramelos por doquier. No nos cabe la menor duda de que a su muerte le cedió a nuestra ciudad el más hermoso de los caramelos: su excelente archivo histórico.
El 13 de enero de 1974, llegó a la Ciudad de los Niños un coche de los bomberos onubenses. Pero no para apagar un fuego, sino a llevar un importante cargamento de caramelos que el “Rey Baltasar” -Carlos García-Iglesias Blount- donaba para los pequeños de forma personal. Por cierto, para ayudar a la supervivencia de esta encomiable Obra, a lo largo de los años se han organizado diversas campañas llamadas “Operación Toallas”, “Operación Ladrillo”, etc. La “Operación Juguetes” (1972), terminó felizmente: La firma Ibáñez Hermanos-J. Barba le regaló a la Ciudad de los Niños un magnífico televisor en color; los hermanos Rafael y Pedro Estévez le llevaron treinta kilos de caramelos. También colaboraron “Nuevas Galerías”, Electrodomésticos “Gredos”, Raya, Álvarez-Entrena, Antonio Pelayo, Amador Suárez…
En los años sesenta y setenta del siglo pasado, algunos de los circos que actuaron en Huelva solía repartir caramelos entre el público joven de sus gradas. Citemos en esta postura al Circo Monumental y al espectáculo que encabezaba la llamada “Pippi Calzaslargas de Huelva”:
<<… Seguidamente hizo su aparición a lomos de un caballo blanco con grandes lunares negros, la “Pippi Calzaslargas de Huelva”, que repartió a la chiquillería caramelos y golosinas entre el regocijo de los niños…>>.
Los kioscos siempre han sido buques insignias en la venta de frutos secos, caramelos y otras golosinas. En representación de este colectivo, traigamos al popular Manuel. El primer puesto lo tuvo en 1936 en la calle Rábida. De allí se pasó a otro (de mayores dimensiones) que instaló en la calle Alfonso XII y, en 1952, situó su último negocio en la plaza de las Monjas
En su puesto vendía pipas y caramelos de todas las clases, periódicos y aspirinas y cuanto pudiesen desear los niños y los mayores.
En abril de 1962, se inserta en el “Odiel” un anuncio que decía:
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Estos fueron los comienzos de la célebre marca “Pictolín” en nuestra ciudad.
El 13 de diciembre de 1963, amplió su negocio, trasladándose a un amplísimo local de la calle Béjar, Antonio Sánchez Mena, el hombre que más caramelos ha vendido en nuestra ciudad, acreditado por tal motivo en nuestra ciudad como “Rey de los Caramelos”. Como curiosidad, Sánchez Mena siguió la tradición de vender los “adoquines” en nuestra ciudad y fue el primer industrial en nuestra ciudad que vendió los célebres “Chupachups” en los años iniciales de la década de los sesenta.
En el año 1980, comenzaron a verse los caramelos con palitos.
En los últimos años se ha desarrollado la “cultura del caramelo”. Así, los ofrecen numerosos comercios onubenses (“Fotodoze”, “General Óptica”, en diversos hospitales, El Monte, a los que se acercan a admirar sus magníficos Belenes; la Caixa y casi todas las restantes entidades bancarias…). En este sentido, los dirigentes de EMTUSA, capitaneados por los señores Nieves y Benjumea, pensaron que debían devolver a los ciudadanos algo de los que ellos le ofrecían. Si los usuarios le aportaban a la Empresa sus dádivas utilizando el transporte, ellos debían darles, además de este servicio, un trato más humano del que se había ofrecido hasta aquellos instantes. Así, se introdujeron en las tradiciones de Huelva: Comenzaron a poner en los autobuses varios “Papa Noel” que animaron y festejaron la fiesta de la Navidad; en Reyes, también se observaban en los coches a los Monarcas de Oriente que felicitaban a la gente que subía a los autobuses y repartían caramelos a raudales…
En la actualidad, son varias las “Mecas de los Caramelos”, varios los establecimientos en los que los niños pueden adquirirlos en todas sus gamas y sabores: “María Luisa”, en el Mercado del Carmen, que confecciona estupendas piñatas repletas de caramelos y otras golosinas; “El Torrat” y los grandes almacenes, como “Carrefour”, “Hipercor”, “Mercadona”… Y hasta los diabéticos se han visto favorecidos en los últimos años, con la aparición de un caramelo que no tiene azúcar y que gracias a los edulcorantes consigue un dulce sabor similar al del tradicional caramelo.
Como vendedor ambulante de caramelos, debemos gentil recuerdo a José González Pérez, conocido con el remoquete de “Panfrito”, que actuó en diversos equipos de fútbol de nuestra capital en la demarcación de cancerbero, a quien el Real Club Recreativo de Huelva le dio un partido de homenaje en 1940, por haber defendido sus colores. “Panfrito”, fue también el autor del libro “Historia del fútbol en Huelva y provincia”, obra que gozó de gran prestigio en nuestra ciudad. Pues bien, José González vendía a los pasajeros de las líneas férreas de Sevilla-Huelva y Zafra-Huelva unos descomunales caramelos popularmente conocidos como “adoquines”. Estaban éstos envueltos en cinco papeles diferentes cuyos colores eran: verde (para los caramelos de sabor a menta), amarillo (limón); rosa (fresa) y rojo (naranja) y los adquiría, al por mayor, en la Tienda de Blas, calle Rábida, donde también vendían unos caramelos de chocolate con almendras, inaccesibles para los bolsillos modestos.
En 1939, viene destinado a Huelva, en calidad de Delegado de la O. N. C. E., el que años más tarde fue ilustre compositor, Primitivo Lázaro. Con gran visión de futuro, pensó en la Casa Colón como sede de su Organización. No lo pudo adquirir porque el Consejo Superior de Ciegos de la Organización consideró que tres millones y medio de pesetas era una cantidad demasiado alta para destinarla a Huelva, sin tener en cuenta que esa finca vale hoy ochenta o noventa millones de euros y en la cual él se proponía instalar la Delegación Provincial, un colegio para Niños, Residencia para afiliados sin hogar y, sobre todo, Fábrica de caramelos.
Ante la negativa del Consejo Superior, compró el edificio rotulado con el número 5 de la Alameda Sundheim, un precioso chalet, estilo palacio, que había sido elevado en 1868 por el magnate alemán Guillermo Sundheim y Giesse, y que tuvo el honor de albergar, compartido con una embarcación surta en la ría, catorce años, más tarde al Rey Don Alfonso XII cuando estuvo en Huelva.
En los años cincuenta del siglo pasado, cuando nuestro país salía del negro túnel de la racionamiento de alimentos, llegaron a nuestra ciudad los caramelos “Trébol”, de la Casa “Tucán”. Los niños huelvanos comenzaron a consumirlos en gran cantidad por dos razones: por su calidad, y porque un número determinado de envoltorios enviados en un sobre a la central de la Casa los hacía participar en un sorteo. En el “Odiel” del 11 de abril de 1956, los caramelos “Trébol” llevaron grandes premios al Colegio Francés de Huelva: un velomotor “Mosquito”, cinco bicicletas, doce relojes “Techacs”, doscientos veintiocho plumas estilográficas y numerosas bolsas de… caramelos “Trébol”.
A lo largo de muchas décadas, Huelva ha asistido siempre a la invasión de sus calles y plazas por las comitivas de los Reyes Magos. Así, mientras sus pajes y ayudantes desde las carrozas arrojan confetis y serpentinas, ellos arrojan caramelos a los miles y miles de huelvanos que contemplan el paso de la Cabalgata. A juzgar por la violencia con que tiran los caramelos, más que Reyes de Oriente parecen honderos baleares.
Pero sigamos a respetuosa distancia a un conocido personaje, y donde él entre, entremos nosotros; cruza con celeridad la calle Concepción y se detiene a saludar a un amigo a quien da un caramelo. Se trata de Diego Díaz Hierro, huelvano, y José Manuel de Lara, hijo de Guadix (Granada). Ambos son gente de la pluma. El primero es insigne historiador. El segundo es un poeta de reconocida sensibilidad. Después de tratar sobre diversas cuestiones, don Diego continúa sus pasos y se detiene ante otro amigo al que también le ofrece otro caramelo. Y así iba, dando caramelos por doquier. No nos cabe la menor duda de que a su muerte le cedió a nuestra ciudad el más hermoso de los caramelos: su excelente archivo histórico.
El 13 de enero de 1974, llegó a la Ciudad de los Niños un coche de los bomberos onubenses. Pero no para apagar un fuego, sino a llevar un importante cargamento de caramelos que el “Rey Baltasar” -Carlos García-Iglesias Blount- donaba para los pequeños de forma personal. Por cierto, para ayudar a la supervivencia de esta encomiable Obra, a lo largo de los años se han organizado diversas campañas llamadas “Operación Toallas”, “Operación Ladrillo”, etc. La “Operación Juguetes” (1972), terminó felizmente: La firma Ibáñez Hermanos-J. Barba le regaló a la Ciudad de los Niños un magnífico televisor en color; los hermanos Rafael y Pedro Estévez le llevaron treinta kilos de caramelos. También colaboraron “Nuevas Galerías”, Electrodomésticos “Gredos”, Raya, Álvarez-Entrena, Antonio Pelayo, Amador Suárez…
En los años sesenta y setenta del siglo pasado, algunos de los circos que actuaron en Huelva solía repartir caramelos entre el público joven de sus gradas. Citemos en esta postura al Circo Monumental y al espectáculo que encabezaba la llamada “Pippi Calzaslargas de Huelva”:
<<… Seguidamente hizo su aparición a lomos de un caballo blanco con grandes lunares negros, la “Pippi Calzaslargas de Huelva”, que repartió a la chiquillería caramelos y golosinas entre el regocijo de los niños…>>.
Los kioscos siempre han sido buques insignias en la venta de frutos secos, caramelos y otras golosinas. En representación de este colectivo, traigamos al popular Manuel. El primer puesto lo tuvo en 1936 en la calle Rábida. De allí se pasó a otro (de mayores dimensiones) que instaló en la calle Alfonso XII y, en 1952, situó su último negocio en la plaza de las Monjas
En su puesto vendía pipas y caramelos de todas las clases, periódicos y aspirinas y cuanto pudiesen desear los niños y los mayores.
En abril de 1962, se inserta en el “Odiel” un anuncio que decía:
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Estos fueron los comienzos de la célebre marca “Pictolín” en nuestra ciudad.
El 13 de diciembre de 1963, amplió su negocio, trasladándose a un amplísimo local de la calle Béjar, Antonio Sánchez Mena, el hombre que más caramelos ha vendido en nuestra ciudad, acreditado por tal motivo en nuestra ciudad como “Rey de los Caramelos”. Como curiosidad, Sánchez Mena siguió la tradición de vender los “adoquines” en nuestra ciudad y fue el primer industrial en nuestra ciudad que vendió los célebres “Chupachups” en los años iniciales de la década de los sesenta.
En el año 1980, comenzaron a verse los caramelos con palitos.
En los últimos años se ha desarrollado la “cultura del caramelo”. Así, los ofrecen numerosos comercios onubenses (“Fotodoze”, “General Óptica”, en diversos hospitales, El Monte, a los que se acercan a admirar sus magníficos Belenes; la Caixa y casi todas las restantes entidades bancarias…). En este sentido, los dirigentes de EMTUSA, capitaneados por los señores Nieves y Benjumea, pensaron que debían devolver a los ciudadanos algo de los que ellos le ofrecían. Si los usuarios le aportaban a la Empresa sus dádivas utilizando el transporte, ellos debían darles, además de este servicio, un trato más humano del que se había ofrecido hasta aquellos instantes. Así, se introdujeron en las tradiciones de Huelva: Comenzaron a poner en los autobuses varios “Papa Noel” que animaron y festejaron la fiesta de la Navidad; en Reyes, también se observaban en los coches a los Monarcas de Oriente que felicitaban a la gente que subía a los autobuses y repartían caramelos a raudales…
En la actualidad, son varias las “Mecas de los Caramelos”, varios los establecimientos en los que los niños pueden adquirirlos en todas sus gamas y sabores: “María Luisa”, en el Mercado del Carmen, que confecciona estupendas piñatas repletas de caramelos y otras golosinas; “El Torrat” y los grandes almacenes, como “Carrefour”, “Hipercor”, “Mercadona”… Y hasta los diabéticos se han visto favorecidos en los últimos años, con la aparición de un caramelo que no tiene azúcar y que gracias a los edulcorantes consigue un dulce sabor similar al del tradicional caramelo.
La importancia que en las últimas décadas han adquirido los caramelos nos mueve a divulgar algunos detalles relacionados con su historia en nuestra ciudad.
En una economía que buscaba la supervivencia como era la del siglo XIX, había pocas opciones para que la mayoría de los padres buscasen para sus retoños algo que no fuese el pan y los garbanzos.
La primera celebración de las Fiestas Colombinas se dio en 1880. Pues bien, casi desde la fecha indicada, en sus puestos siempre hicieron acto de presencia los suculentos caramelos que, a partir de la postguerra, comenzó a ofrecer a la gente menuda unos caramelos, redondos, descomunales, que todavía se siguen viendo en la anual efemérides.
Rompe el siglo XX y los caramelos que se vendían en nuestro país (y, por extensión, en Huelva) eran los de la acreditada marca “Matías López”.
En los primeros años de la citada centuria, se le daban a los Caramelos “P. Catalá” unas propiedades que distaban mucho de tener:
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Los tres primeros establecimientos que mostraron los caramelos en sus más sofisticados formatos fueron el ultramarino “Los Ángeles” y las confiterías “El Buen Gusto” y “Jorva”.
Como aportación al comercio de Huelva de “Los Ángeles” podemos considerar los medidores de capacidad para garbanzos y habichuelas, el cuchillo guillotina para cortar el bacalao, los artísticos utensilios de cristal que contenían caramelos, envueltos en los más vistosos papeles y chocolatinas y los soportes para colocar el jamón y poder cortarlo en lonchas con más comodidad.
Los caramelos de la Confitería “El Buen Gusto” le merecieron unos simpáticos versos, en uno de cuyos cuartetos se leía:
“…Hoy ya no sienten desvelos,
los padres han perdido el susto
porque compran caramelos
y bombones en “El Buen Gusto”…
También destacó, a partir de 1914, en la exposición y venta de los caramelos “Jorva”.
En tiempos de la II República española, ocurrió un curioso lance en la que los caramelos “Eureka” se vieron envueltos en la picaresca. Su representante en Huelva, Antonio Hervás, mandaba insertar en “La Provincia” del 13 de junio de 1933, el siguiente aviso:
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Finalizando agosto de 1938 la guerra civil comienza a declinar hacia su desenlace final siete meses más tarde (1 de abril de 1939). Es el momento en el que los nuevos mentores deciden cuáles eran los alimentos que no se consideraban como de consumo de primera necesidad, con la finalidad de gravarlos con un diez por ciento. Es obvio que los caramelos estaban en esta relación, pero conozcamos otros pertenecientes a este grupo con algunos de los cuales es posible que no estemos de acuerdo: Jamón (de cualquier clase), salchichón, lomo embuchado, chorizo (desde 14 pesetas el kilo), sobrasada, mortadela, quesos, aceite refinados, mantequilla, mojama de lomo en atún, chocolate, galletas, confituras, pasas, orejones de frutas, dátiles, dulce de membrillo, confituras, mermeladas, aceitunas en frascos, cervezas, vinos comunes…
En el diario “Odiel” del 11 de septiembre de 1938, se anunciaba la llegada a nuestra ciudad de los caramelos “Estampas de Cine”, con los que los niños de Huelva además de degustar tan sabroso manjar podían coleccionar cromos y obtener diversos regalos, El anuncio decía:
<< ¡Eureka! Ya llegaron a Huelva los caramelos “Estampas de Cine”. Llenando un álbum obtendréis bonitos regalos. Depósito: General Mola, 10. Huelva>>.
Con el transcurrir de los meses y ante el éxito en sus ventas, “La Casa Caramelos Estampas de Cine” además de los cromos para completar los álbumes, a partir de octubre de 1938 comenzó a dar infinidad de pequeños vales para “Un paquete de cigarros “Ideales”, Una localidad “Butaca de Cine”, un lápiz de labios “Celic”, cinco caramelos, una pelota de goma…
Recordemos una de las numerosas relaciones de niños que fueron agraciados con un bonito regalo: Dolores Luengo, Encarnación y Enrique Reyes, Baltasar González Suero,
Miguel Miralles, José Mondedeu, José Márquez, Antonio Guisado Sánchez, Loli Calera Travieso, Isabel Monsa, José Díaz Romero, Conchita Farelo, Rafael Domínguez Tirado, Meli García Escalera e Isabel Cano
A partir de los años treinta el hechizo del Cine fue ganando adeptos. Los cinéfilos se sentaban cómodamente en sus sillas tras haber dejado en la taquilla el importe de la entrada
“¡Caramelos!”, gritaba sin cesar el vendedor en el interior del Cine, a fin de que los escasos niños a los que les sobraba algún céntimo pudiesen adquirirlos. Y las mandíbulas de estos pequeños no cesaban en su actividad, mientras se sorprendían con la aventura que admiraban.
El vendedor establecido de caramelos más popular fue Máximo Benito Pérez. Si en los años cuarenta por este nombre y estos apellidos nadie sabía de quien se hablaba, en cambio por el apodo “Marsi”, casi todos conocían que se estaban refiriendo al niño que vendía los caramelos en el Teatro “Mora”.
“Marsi” estuvo más de veinte años dedicado a la citada actividad y era de admirar que, pese a encantarle los caramelos, nunca se comió ninguno, ya que los tenía “tós contaos”.
Cualquier cine que se preciara de tener cierta categoría, tenía lo que se llamaba “Ambigú”, que disponía de frutos secos y caramelos. Con el tiempo, una disposición acabó prohibiendo la venta de estos artículos.
Como vendedor ambulante de caramelos, debemos gentil recuerdo a José González Pérez, conocido con el remoquete de “Panfrito”, que actuó en diversos equipos de fútbol de nuestra capital en la demarcación de cancerbero, a quien el Real Club Recreativo de Huelva le dio un partido de homenaje en 1940, por haber defendido sus colores. “Panfrito”, fue también el autor del libro “Historia del fútbol en Huelva y provincia”, obra que gozó de gran prestigio en nuestra ciudad. Pues bien, José González vendía a los pasajeros de las líneas férreas de Sevilla-Huelva y Zafra-Huelva unos descomunales caramelos popularmente conocidos como “adoquines”. Estaban éstos envueltos en cinco papeles diferentes cuyos colores eran: verde (para los caramelos de sabor a menta), amarillo (limón); rosa (fresa) y rojo (naranja) y los adquiría, al por mayor, en la Tienda de Blas, calle Rábida, donde también vendían unos caramelos de chocolate con almendras, inaccesibles para los bolsillos modestos.
En 1939, viene destinado a Huelva, en calidad de Delegado de la O. N. C. E., el que años más tarde fue ilustre compositor, Primitivo Lázaro. Con gran visión de futuro, pensó en la Casa Colón como sede de su Organización. No lo pudo adquirir porque el Consejo Superior de Ciegos de la Organización consideró que tres millones y medio de pesetas era una cantidad demasiado alta para destinarla a Huelva, sin tener en cuenta que esa finca vale hoy ochenta o noventa millones de euros y en la cual él se proponía instalar la Delegación Provincial, un colegio para Niños, Residencia para afiliados sin hogar y, sobre todo, Fábrica de caramelos.
Ante la negativa del Consejo Superior, compró el edificio rotulado con el número 5 de la Alameda Sundheim, un precioso chalet, estilo palacio, que había sido elevado en 1868 por el magnate alemán Guillermo Sundheim y Giesse, y que tuvo el honor de albergar, compartido con una embarcación surta en la ría, catorce años, más tarde al Rey Don Alfonso XII cuando estuvo en Huelva.
En los años cincuenta del siglo pasado, cuando nuestro país salía del negro túnel de la racionamiento de alimentos, llegaron a nuestra ciudad los caramelos “Trébol”, de la Casa “Tucán”. Los niños huelvanos comenzaron a consumirlos en gran cantidad por dos razones: por su calidad, y porque un número determinado de envoltorios enviados en un sobre a la central de la Casa los hacía participar en un sorteo. En el “Odiel” del 11 de abril de 1956, los caramelos “Trébol” llevaron grandes premios al Colegio Francés de Huelva: un velomotor “Mosquito”, cinco bicicletas, doce relojes “Techacs”, doscientos veintiocho plumas estilográficas y numerosas bolsas de… caramelos “Trébol”.
A lo largo de muchas décadas, Huelva ha asistido siempre a la invasión de sus calles y plazas por las comitivas de los Reyes Magos. Así, mientras sus pajes y ayudantes desde las carrozas arrojan confetis y serpentinas, ellos arrojan caramelos a los miles y miles de huelvanos que contemplan el paso de la Cabalgata. A juzgar por la violencia con que tiran los caramelos, más que Reyes de Oriente parecen honderos baleares.
Pero sigamos a respetuosa distancia a un conocido personaje, y donde él entre, entremos nosotros; cruza con celeridad la calle Concepción y se detiene a saludar a un amigo a quien da un caramelo. Se trata de Diego Díaz Hierro, huelvano, y José Manuel de Lara, hijo de Guadix (Granada). Ambos son gente de la pluma. El primero es insigne historiador. El segundo es un poeta de reconocida sensibilidad. Después de tratar sobre diversas cuestiones, don Diego continúa sus pasos y se detiene ante otro amigo al que también le ofrece otro caramelo. Y así iba, dando caramelos por doquier. No nos cabe la menor duda de que a su muerte le cedió a nuestra ciudad el más hermoso de los caramelos: su excelente archivo histórico.
El 13 de enero de 1974, llegó a la Ciudad de los Niños un coche de los bomberos onubenses. Pero no para apagar un fuego, sino a llevar un importante cargamento de caramelos que el “Rey Baltasar” -Carlos García-Iglesias Blount- donaba para los pequeños de forma personal. Por cierto, para ayudar a la supervivencia de esta encomiable Obra, a lo largo de los años se han organizado diversas campañas llamadas “Operación Toallas”, “Operación Ladrillo”, etc. La “Operación Juguetes” (1972), terminó felizmente: La firma Ibáñez Hermanos-J. Barba le regaló a la Ciudad de los Niños un magnífico televisor en color; los hermanos Rafael y Pedro Estévez le llevaron treinta kilos de caramelos. También colaboraron “Nuevas Galerías”, Electrodomésticos “Gredos”, Raya, Álvarez-Entrena, Antonio Pelayo, Amador Suárez…
En los años sesenta y setenta del siglo pasado, algunos de los circos que actuaron en Huelva solía repartir caramelos entre el público joven de sus gradas. Citemos en esta postura al Circo Monumental y al espectáculo que encabezaba la llamada “Pippi Calzaslargas de Huelva”:
<<… Seguidamente hizo su aparición a lomos de un caballo blanco con grandes lunares negros, la “Pippi Calzaslargas de Huelva”, que repartió a la chiquillería caramelos y golosinas entre el regocijo de los niños…>>.
Los kioscos siempre han sido buques insignias en la venta de frutos secos, caramelos y otras golosinas. En representación de este colectivo, traigamos al popular Manuel. El primer puesto lo tuvo en 1936 en la calle Rábida. De allí se pasó a otro (de mayores dimensiones) que instaló en la calle Alfonso XII y, en 1952, situó su último negocio en la plaza de las Monjas
En su puesto vendía pipas y caramelos de todas las clases, periódicos y aspirinas y cuanto pudiesen desear los niños y los mayores.
En abril de 1962, se inserta en el “Odiel” un anuncio que decía:
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Estos fueron los comienzos de la célebre marca “Pictolín” en nuestra ciudad.
El 13 de diciembre de 1963, amplió su negocio, trasladándose a un amplísimo local de la calle Béjar, Antonio Sánchez Mena, el hombre que más caramelos ha vendido en nuestra ciudad, acreditado por tal motivo en nuestra ciudad como “Rey de los Caramelos”. Como curiosidad, Sánchez Mena siguió la tradición de vender los “adoquines” en nuestra ciudad y fue el primer industrial en nuestra ciudad que vendió los célebres “Chupachups” en los años iniciales de la década de los sesenta.
En el año 1980, comenzaron a verse los caramelos con palitos.
En los últimos años se ha desarrollado la “cultura del caramelo”. Así, los ofrecen numerosos comercios onubenses (“Fotodoze”, “General Óptica”, en diversos hospitales, El Monte, a los que se acercan a admirar sus magníficos Belenes; la Caixa y casi todas las restantes entidades bancarias…). En este sentido, los dirigentes de EMTUSA, capitaneados por los señores Nieves y Benjumea, pensaron que debían devolver a los ciudadanos algo de los que ellos le ofrecían. Si los usuarios le aportaban a la Empresa sus dádivas utilizando el transporte, ellos debían darles, además de este servicio, un trato más humano del que se había ofrecido hasta aquellos instantes. Así, se introdujeron en las tradiciones de Huelva: Comenzaron a poner en los autobuses varios “Papa Noel” que animaron y festejaron la fiesta de la Navidad; en Reyes, también se observaban en los coches a los Monarcas de Oriente que felicitaban a la gente que subía a los autobuses y repartían caramelos a raudales…
En la actualidad, son varias las “Mecas de los Caramelos”, varios los establecimientos en los que los niños pueden adquirirlos en todas sus gamas y sabores: “María Luisa”, en el Mercado del Carmen, que confecciona estupendas piñatas repletas de caramelos y otras golosinas; “El Torrat” y los grandes almacenes, como “Carrefour”, “Hipercor”, “Mercadona”… Y hasta los diabéticos se han visto favorecidos en los últimos años, con la aparición de un caramelo que no tiene azúcar y que gracias a los edulcorantes consigue un dulce sabor similar al del tradicional caramelo.
jueves, 7 de agosto de 2008
la dulce historia onubense de los caramelos
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Gastronomía
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