lunes, 29 de septiembre de 2008

los coches de caballos en la historia de Huelva.





Los coches de caballos en la historia de Huelva

Históricamente hablando el coche de caballos de alquiler nació, según el historiador Antonio Domínguez Ortiz, sobre el año 1500. En 1546 se vio el primer coche de este tipo en España ocasionando una letanía de quejas, ya que se decían “fomentan el gusto y la vanidad”. Fue prohibido en 1573, pero ante la presión femenina permitida de nuevo en 1626. Hasta la aparición del coche de motor reinó durante varias centurias.

Antes de pasar al tema de los coches de caballos de alquiler en nuestra ciudad, veamos algunos datos del ambiente de la Huelva de principios de siglo, ciudad que se parecía, por su pequeñez, a una tertulia familiar alrededor de la camilla, en oposición a esta actual que se asemeja a una andaluza grandota y con obesidad de cuarentona que ha parido mucho y se ha cuidado poco…
Aquella Huelva del primer tercio del siglo pasado donde los coches de caballos corrían precipitadamente sin rivales de motor, para volver vacíos y embarcar nuevos pasajeros. Aquella Huelva en que se gozaba del aspecto del paisaje, donde en los carruajes de alquiler iban condesas sin condados cuyos maridos con voz aguardentosa apremiaban al cochero para llegar antes al Santuario de Nuestra Señora de la Cinta a ofrecer una Novena a la Santa Patrona. La Huelva entrañable de la iluminación mediante gas, de calles enpedradas de adoquines por las que circulaban las carretas de bueyes, los carros de mula, los coches de caballos al punto, las manuelas (que según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua se llama asi y no “Manola”) y alguna que otra berlina para militares de graduación… y horizontales de mucha cotización.
Aquella Huelva que veía como briosos caballos eran obligados por las riendas de los cocheros y el silbido del látigo, que veía como unos peatones permanecían como esatuas ante tal celeridad, y otros escuchaban el crujir al girar las ruedas, anuncio del fin del trayecto. Aquella Huelva que aún conservaba en su callejero denominaciones muy peculiares en su toponimía: plazas, placetas, plazuelas, calles, callejones…. Bautizados don nombres tan congruentes como seductores: Calle La Fuente (por ser paso para proveerse de agua en la fuente que existía en la Plaza de San Pedro), calle Silos (hubo durante siglos depósitos de granos para saciar el hambre del pueblo en épocas de malas cosechas o escasa pesca), calle “Los tumbados” (por ser una calle con mucha inclinación e ir los vehículos por ella “tumbaos”, o bien por reparar los marineros, en la indicada postura, sus redes), calle los herreros (porque existían varios talleres de herrería, donde pasaban a reparar sus averías las antiguas diligencias que hacían el trayecto Sevilla – Huelva y viceversa), calle de las Tendaleras (porque en ella extendían los marineos sus redes para que se secaran, tras ser limpiadas), calles Las Bocas (por ser boca de riego o desagüe de Huelva en el mar; otra versión dice que recibía este nombre por venderse en ella bocas, obtenidas de los “barriletes”, por último, porque se decía que, en tiempos antañones, se recogían “bocas” en este lugar.), calle Berdigón…
Feliz aquella Huelva en cuyo callejero aun no se habían colado los nombres – casi siempre sin venir a cuento – de santos, santas, generales, jefes y oficiales, políticos de segundo orden o de la modesta vítola de la Administración Local, la mayor parte de ellos con una fama tan circunstancial y efìmera. Feliz Huelva que se vanagloriaba de tener la Ermita de la Soledad, la Casa de los Garrocho, la Casa del Diablo, el muelle de la Compañía minera de Río Tinto en perfecto estado y un largo etcétera que lamentablemente ha ido desapareciendo. ¡Entrañable y siempre amada Huelva!
Veamos, las diferentes clases de carruajes que poseían las Empresas que tenían coches de caballos en Huelva:
Landó: Vehículo de tres o cuatro caballos. Ideal para bodas bautizos, etc. Fue el utilizado a la llegada a España por Evita Perón cuando en los años cuarenta fue a visitar el Monasterio de Santa María de la Rábida. Era un coche descapotado o un cubierto.
Jardinera: Dos caballos enjaezados con calesera (guarniciones). Dependiendo del tiempo reinante podía tener o no tener techo. En cso afirmativo poseía, para una mayor discreción, cortinas.
Break: Modesto en su sencillez, holgado en sus dimensiones. Podía cobijar un máximo de dieciséis personas. Era utilizado en la Fiesta de Todos los Santos para desplazamientos al Cementerio de Nuestra Señora de la Soledad. Había que reservar la plaza o sitio con antelación. Tenía la parada en la Plaza Quintero Báez. Era el modelo utilizado por los hoteles “Urbano”, “Madrid”, “París” e “Internacional” para recoger a los viajeros en las estaciones y alojar el mayor número posible de clientes.
Además de los distintos coches de caballos mencionados destquemos el milord: Birlocho con capota, muy bajo. Ligero y tirado por un solo caballo, en ocasiones se le sumaba otro. Este era el carruaje que conducía el eficiente cochero y gran conocedor de caballos Rafael Camacho Fernández, quien indicaba que los días de Carnaval la capota estaba echada, ya que sus ocupantes iban vestidos de máscaras.
Todos los caballos excepto los break, se empleaba para llevar a la presidenta, esposa del experto taurómaco que presidía el festejo taurino, de turno a la plaza de toros de La Merced.
Hasta los años sesenta, el postrer transporte en las comitivas fúnebres también se realizaba en coches de caballos. Funearias que coincidieron en Huelva en una etapa más o menos duradera fueron “La Soledad”, “La Humanitaria” y “Nuestra Señora del Perpetuo Socorro”.
Se abría el cortejo con los negros estandartes de la funeraria con inscripciones latinas de oro. Le seguían los hombres que componían la comitiva eclesiástica (sacristán, párroco, etc.). Después iba el difunto a hombros, inmediatamente la carroza fúnebre, tirada por caballos empenechados. Le seguían los coches vacíos de amigos y familiares del fallecido. El número de éstos reflejaba la categoría social del difunto.
Los coches de alquiler eran fabricados en Gran Bretaña y Francia, aunque también se llegaron a fabricar en nuestro país: en Madrid, Sevilla y Huelva. En las mangas de los ejes de estos vehículos estaba grabado el nombre del fabricante y el lugar de fabricación.
Había destinos felices para ir en coche de caballo: degustar un excelente pollo en la Venta Vizcaya, acudir a las tertulias flamencas de la Venta “Isla Chica”; saborear los exquisitos platos variados en el mesón del Huerto Paco, ir a merendar a la Venta “Alvarez” o bien inclinarse con fe ante la Virgen de la Cinta en su Santuario del Conquero y, por último, acercarse a ver el hermoso paisaje y el eterno abrazo a la Cruz de Cristóbal Colón en la rotonda de la Punta del Cebo o Sebo.
Paradas: Inicialmente, diciembre de 1883, en la Placeta. Más tarde, a principios del siglo pasado, se podían tomar estos coches de punto enla Plaza de las Monjas, calle Béjar, Rafael López y Granada y plazas de Quintero Báez y de Coto Mora. También en las estaciones de ferrocarriles de Sevilla y Zafra.
Entre las cocheras hay que destacar la de la popular Agapita, la de Restituto Santos, la de Juanito “el del yeso”, la de francisco Rodríguez Bellerín, la de Manuel García Garrido, frente a la plaza de toros de La Merced, que dedicaba sus coches a los pueblos; la de Francisco y Manuel Millán Pérez, sita en el Barrio del Matadero, al igual que la de Carmen Brea; la del “Comparito”, la de Dolores “La Tuerta”, en la calle Oviedo; la de Aurelio Vizcaíno, que tenía su cochera en la calle Valencia y la parada en la calle Béjar, la de Manuel Díaz Pereña “El Marqués”, en la Avenida de las Adoratrices y por último “La Constancia”.
Una escueta nota inserta, con fecha de 4 de diciembre de 1883, en el diario “La Provincia” nos da la primera referencia del empleo de coches de caballos en nuestra ciudad: “desde el primero del corriente mes se ha establecido en nuestra capital un nuevo servicio de coches que conducirá a los pasajeros que gusten utilizarlo desde la Fonda “de las Cuatro Naciones” (o sea, desde La Placeta) hasta la Estación de Sevilla y viceversa, por el ínfimo precio de dos reales, pudiendo llevar una maleta o saco de noche.
Los que deseen disfrutar desde su casa a la Estación, pagarán tres reales avisando oportunamente antes de la salida del tren; y a los que lo necesiten para fuera de la población será a precios convencionales, pudiendo entrevistarse con su dueño, D. Rafael Fernández Mesa, en el establecimiento de “Los Andaluces”, Concepción, 23.
¡Con que, señores, al coche!”.
Veamos algunos profesionales de esta rama de transporte que alcanzaron renombre por su buen hacer profesional. El primer nombre de cochero onubense lo tenemos en Francisco Jover Vidal, que “tenía un negocio de coches por valor de cinco mil pesetas”. Fue éste un padre bondadoso con su hijo Isidro, ya que lo había librado de la suerte de soldado y, más tarde, le cedió, por testamento otorgado el 28 de octubre de 1907 ante Juan Cádiz (Folio 3.666, número 291) su negocio y dinero, 650 pesetas, para que adquiriera un caballo; Manuel García Garrido “Niño Rico”; “El Tórbolo”, Julián y Juan Salas; “Bombito”, “Chato”; “Manolito”, Pepe Garrote, Cortesana, Toscano, Manolo “Simpereza”; Sebastián; Avelino, Pepe “el sacerdote”; Antonio de Jerez, Bogota, “El Tipipi”, Antonio “El Pintor” y Pepe “El Miuro”, Rafael Tarivona, “El Sanjuanero”, Martelo, Antonio “El Gordo”; Carreño, Luis Boquilla, Franquera, Ricardo Riera, “El Troncho”; “Pestiño”, “El Quirro”, “El Figaro”, Pepe “El hortelano”, Manuel Domínguez de la Corte, conocido por sus dotes de corrección y extrema amabilidad; Montes, “Sotilla”, Píchardo, Pepe García “El Caena”, al que solían dejar algún coche de caballo para que ganara dinero, ya que nunca fue propietario. Siempre iba rodeado de una multitud de chiquillos; Benito Álvarez, Ponce “El Rubio”, Pepe Moreno “El Niño de Gibraleón”, “Mané”, “Cerveza”, Báez, Rafael Camacho Fernández, Pepe “El Carnicero”, Pepe Sierra, Paco Isidro, Francisco Gordillo, que era cochero autónomo; “Te con Leche”, cochero que se especializó en hacer gomas macizas de carruajes de caballos; “Angelillo”, que llegó a mayoral, es decir, cochero de primera. Es curioso el caso de Manuel Toscano cuya afición por los nobles brutos le llevó a conseguir un puesto de cochero en la Empresa “La Soledad”; “El Yanqui” y, por último, “El Chivero”, popular hasta el grado máximo. Fue el cochero que cerró el transporte de alquiler de coches con tracción animal en Huelva. Hacía el servicio de noche en la carretera de Gibraleón en los años sesenta.
Un coche de caballos, sobre los años 1936-37, costaba tres pesetas por el servicio de una hora. El desplazamiento al Cementerio Nuevo tenía ocho pesetas de precio.
El veterinario que gozaba de más popularidad en nuestra ciudad era el Sr. Espinosa.
Caballos distinguidos fueron los cuatro de color negro que llevaban los féretros de los coches fúnebres de la Funeraria “La Soledad”, que le llegaron de las cuadras “Bohórquez”, Garvey y dos de la cuadra “Barroso”, también llamada “Casa del Corazón”. Otros caballos que merecieron fama imperecedera fueron: “Ecijano”, “Perea”, “Barboso”, “Chiva”, “Bayo”, “Manolo”, de Paco Isidro, magnífico caballo castaño de muy buena alzada; “Jerezano”, “Tenorio”, que murió durante una romería hacia la aldea de EL Rocío”; “Elkegante”…
Hay discrepancias con respecto al número de vehículos de caballos de alquiler que existió en Huelva; un número muy exacto sería el de cuarenta caballos ejerciendo el servicio al mismo tiempo.
Por la gran aceptación que siempre Huelva ha tenido hacia los coches de caballos, había algunos médicos que visitaban a sus pacientes en este medio de transporte, citemos a D. José Calatrigo Morales; el conductor del carruaje de D. Fernando Pérez Sevillano, el gran rociero, era el conocido “Susoni”. También D. J. Buendía disfrutaba de este cómo medio de locomoción. Los tres médicos tenían coche propio. Otros galenos que alquilaban coches para asistir a sus pacientes fueron D. Agustín Domínguez Belda, D. Joaquín Barba, etc.
Entre las numerosas anécdotas que hemos recogido, vamos a relatar tres: La primera ocurrió en la plaza Quintero Báez, sitio de espera, hasta que llegaran pasajeros, de doce o quince cocheros; para entretenerse capturaban ratones a los que pintaban de rojo¸eran los “ratones coloraos”, que tanto júbilo proporcionaban a los chiquillos, que incluso se acercaban a dar de comer a los roedores o ver como los cocheros realizaban idéntica función.
La segunda anécdota nos la proporciona el caballo “Bedrini”. Este noble bruto en los cortejos fúnebres se echaba al suelo y no había quien lo levantara. Había que desengancharlo y poner otro. Esto lo arregló un cochero cuando le puso debajo matorrales o ramajos y prendió fuego a los mismos.el caballo ante semejante calor dio un salto impresionante. Fue un remedio santo.
La tercera y última anécdota la protagonizó el cochero “Calami, el sevillano”, quien en unión de otro compañero tan desenfadado como él, se fue en un coche fúnebre de juerga; el conocía el coche y el otro cochero iba dentro de una caja mortuoria. Todo terminó en un accidente que le costó un período bastante prolongado de hospitalización y tener luego, que responder ante la justicia por tomar un coche que no era el suyo. Intercedió por él el sacerdote de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, don Pablo Rodríguez. Todo terminó felizmente.
En los coches de caballos se utilizó también el servicio por abono.
Los coches de caballos no sufrían muchas averías. Todos los cocheros llevaban diferentes alambres para reparar sobre la marcha los desperfectos que se producían en las gomas. Caso de que fueran de mayor importancia acudían a talleres “Carrascal”, en la calle Sor Paula Alzola. Paco Liáñez era especialista en la reparación de ruedas. Los hermanos Oliver eran guarnicioneros. Su taller estaba en La Placeta. Cayetano Gordillo fue un excelente especialista en guarniciones y además constructor de coches; su hijo siguió la misma tradición en Cortegana, donde tuvo un taller de reparaciones de autos y todo lo referente a coches de caballos.

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