miércoles, 12 de agosto de 2009

Juan Gil Zamora





Juan Gil Zamora, fundador de la Hermandad de Emigrantes
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No es una cosa frecuente en los historiadores dedicar a un amigo, merézcalo o no sus méritos, dedicarle una página que en numerosas ocasiones ha aplicado a los de fuera. Y cuanto más el amigo lo merece, más suele dejársele en desarrollo y crecimiento espontáneo, sin duda por la creencia en que todos coincidimos que le basta a cada uno con lo que tiene.
Hoy esa mala costumbre se rompe, por mi parte, para elevar en el punto de admiración que merece, a un hombre que ha sabido, por su obra admirable, conquistarse una figura preeminente en el mundo rociero huelvano. Quiero hablar de Juan Gil Zamora, hombre a quien el Destino dio, en su hora, todos los elementos morales y materiales para que se hiciese gozosa realidad la fundación de la gloriosa Hermandad rociera de Emigrantes.



Y en verdad que lo tengo difícil, ya que hace años escribí la primera etapa histórica de la citada Hermandad en un libro titulado “Raíces de la Hermandad de Emigrantes” y en ella, con toda justicia, vertía sus datos biográficos con cierta prolijidad. Por ello, sólo nos vamos a referir en esta oportunidad a algunos datos esenciales de su vida impregnada toda ella de un incontrolable amor al prójimo.
Juan Gil Zamora nació en nuestra ciudad el día 7 de marzo de 1933. Su paso por el colegio es un dédalo de centros, como el que regentaba don Juan Domínguez; el C. P. “Manuel Siurot” y el llamado popularmente Colegio de los Ferroviarios, para terminar, después de trabajar tres meses en un taller, en el Colegio Estudios Politécnicos “Madre de Dios”, en donde fue tan eficaz colaborador del Padre Laraña en su labor de apostolado social por los “Chorritos”, “Muro de Santa Lucía”, la “Fuente Vieja” que le pusieron el remoquete de “Juanito Laraña”. En aquella brega constante en pro de los muy humildes, eran tan numerosos los niños de los suburbios que ayudaban que, en ocasiones, tenía que bautizar de una vez, en calidad de padrino, a cinco y seis niños.
Cuando terminó sus estudios en este Centro ya era un excelente mecánico.
El 7 de septiembre de 1961, se arrancó Juan Gil de la tierra nativa y subió al tren. Su destino era las minas de carbón de Repelen (Alemania). Allí, engalanado por las flores del ingenio y simpatía andaluces, tejió una intensa vida social entre todos los españoles allí y en poblaciones cercanas residentes. Con el tiempo, se trasladó a Bocholt, ciudad en donde con persistente esfuerzo y tenacidad digna de encomio encauza sus energías e impulsos en la concreción de un ideal para honor de la Virgen del Rocío: la fundación de la Hermandad de Emigrantes, cuyos pormenores están detallados en el libro supraindicado. Hemos de añadir, que en una abdicación exenta de protagonismo, desde 1970 a 1987 fue Secretario de la Hermandad de sus amores, etapa feliz para ésta, ya que en ella se realizaron muchas obras sociales y se levantaron las viviendas que se citarán más tarde.
Con la finalidad de que se conozca hasta dónde llega la energía y el amor a Huelva de Juan Gil Zamora, vamos a traer a colación algunos de sus múltiples logros que así los revelan:
Al margen de la fundación de la Hermandad, en Alemania Juan Gil fue eslabón idóneo entre las autoridades germanas y los trabajadores españoles. Conozcamos sus cuitas: Cuando llegó él a Bocholt, se encontró que la mayoría de las fábricas tenían las máquinas paradas por falta de personal. Juan contactó con una venezolana que desempeñaba el cargo de gerente de una empresa y ésta vio que a través de Juan podría encontrar esa mano de obra. Reunió a todos los dueños de las diversas fábricas en un gran salón y éstos le dijeron: “Si nos ayudas, colaboraremos con los españoles y todos saldremos ganando”. Juan les pidió una gran casa para hacer un centro social, ya que así tendrían los españoles una gran unión y podrían hacer las cosas con mayor eficacia.
La labor entre la venezolana y el onubense fue común, fraternal, por prodigio maravilloso de dos ingenios que nacieron con el mismo espíritu de servicio para sus semejantes. Juan vino a Huelva a por personal y se extendió la publicidad de que en Bocholt había trabajo. Hasta tal punto llegó la cooperación entre ambas partes que el jefe de policía se comprometió con los dueños de las fábricas en que todo personal que Juan mandara a la policía, ésta le ponía un sello al pasaporte y podía trabajar sin más impedimentos. Este logro fue importante, ya que antes no se podía trabajar en Alemania sin un contrato de trabajo firmado en España. En definitiva, que gracias a la altruista labor de Juan Gil centenares de españoles consiguieron trabajo en las tierras teutonas y las primeras noches éstos la pasaban en el hotelito o “Casa de España” cedido por los alemanes. Después, el propio Juan les buscaba la vivienda para que se pudieran trasladar las familias de los trabajadores a Alemania.
En los inicios de los años setenta, las cosas pintaban muy mal para una Cooperativa “Parque de la Luz” de inversores que trataban de tener su propia vivienda:
Sus máximos representantes realizaron un desfalco de catorce millones de aquellas pesetas y las obras quedaron paralizadas. Se trató de aquel grave asunto con el Gobernador y éste le dijo a Juan Gil que buscar la forma de que él fuese elegido presidente para que, en franca cooperación con él, consiguiesen que la Cooperativa lograra sus propósitos. Pudo salir el proyecto adelante y se consiguió que se terminaran las 264 viviendas, más los locales comerciales. Además, en un espacio destinado para que se levantase un colegio (que el Ayuntamiento no llegó a realizarlo) se construyó un enorme garaje con capacidad para doscientos coches. En este sentido, nuestro biografiado fue Administrador de las 96 viviendas llamadas “Casas del Obispo”, hasta que se firmaron las escrituras de las mismas. También, en la calle Dulce Nombre de María, mandó que se construyeran cerca de un centenar de viviendas para emigrantes retornados, otras 56 en la Plaza de los Dolores…
En los años setenta, el Colegio “José Antonio” (más tarde, “Juvenal de Vega y Relea”) no tenía A. P. A. Y como fuesen alumnos del citado centro los hijos de Juan Gil, éste trató con el director, Aurelio de Vega Zamora, que se encauzasen los pasos para que llegara a tenerlo. Con mucha fe, ambos hombres lograron constituir el A. P. A. que dio un resultado maravilloso, ya que se consiguió una simbiosis entre los profesores y los padres de los alumnos y se realizaron cosas muy simpáticas (celebración de la fiesta de los Reyes Magos, veladas teatrales infantiles, etc.) en beneficio de todos.
Otro logro de Juan Gil fue la consecución de la Guardería Infantil del “Chorrito Alto”. Así, con su verbo cálido pudo conseguir que las mismas personas que vivían en el citado lugar se concienciasen que era de gran necesidad para la educación de sus niños tener una Guardería. Y el “Chorrito” se convirtió en un movedizo enjambre de vecinos: unos bajaban los materiales, Juan Gil los buscaba y los situaba arriba del cabezo y las mujeres y los niños los acarreaban (así como el agua que se traía del Parque “Moret”) para dejarlos a pie de construcción. Y aquellos vecinos que trabajaban de albañiles comenzaron a levantar la llamada “Choza Mayor” del “Chorrito”. Podemos añadir que Juan hizo las gestiones para que el ingeniero de la Junta de Obras del Puerto, su amigo, consiguiese que ésta le cediese las vigas para la choza.
Entre la maraña de bloques de altas viviendas que conformaban la que en tiempos pasados se llamó Barriada del Caudillo, se abre, asentada en la que fuera la fértil y extensa Huerta de Mena (1), súbitamente, un claro en el que yergue a los cielos la escuálida figura de una Cruz que llama poderosamente la atención y hace que detengamos nuestros pasos presurosos. A pesar de su humildad, la calle Alonso de Palos no nos engaña. Ella es uno de los espejos de la barriada de la Isla Chica. La llena una Cruz que, como por arte de magia, en los meses de mayo, inunda de alegría todo el contorno en las fiestas de las Cruces en las que participan sus abigarrados vecinos cantando interminables sevillanas. Fiestas, en fin, de arte, de emoción y de buen gusto.
Sabemos que Juan Gil Zamora la plantó allí, hincándola como lanza altanera a unos metros de la bien nombrada Avenida Alcalde Federico Molina Orta. Qué acierto, qué bella idea tuvo en elevar esta Cruz en sitio tan especial. Allí, azulejos, hierros forjados y flores funden en el espíritu embriagado por tanta belleza una divina sinfonía de luz. Los artífices de la sevillana Fábrica de cerámica “Santa Ana”, hicieron surgir del barro los reflejos bellos de los azulejos que representan los escudos de Huelva, el Monasterio de la Rábida, el Santuario de la Cinta, la Fontanilla y las imágenes de Nuestra Señora del Rocío y de la Patrona de Huelva. Sin duda, estos artífices estaban dotados de sensibilidad y espiritualidad especial.
Además, Juan Gil Zamora quiso rendir pleitesía a nuestra ciudad fijando blasonados escudos de pretéritos tiempos de la muy noble y leal Villa de Huelva. Así pues, todos los detalles artísticos del Monumento proclaman el amor del benefactor a la Bella Sirena del Atlántico. La primavera, con sus flores, viene siempre en mayo a colaborar con estos azulejos y herrajes. Hierros, flores, azulejos, luz, gracia... todo pierde su forma en el ambiente. Todo parece vibrar, proyectar sobre el alma del transeúnte rayos de amor. La Cruz de la Alegría, regalo de Juan Gil Zamora a la ciudad de Huelva, fue inaugurada el 30 de abril de 1991.
También, a sus expensas, se levantó el monumento en honor de San Francisco de Asís que se eleva en la Barriada Pérez Cubillas, y Juan Gil ha presidido, a lo largo de décadas, la Sociedad Protectora de Animales y Plantas, ha levantado una Residencia para animales, ha construido un Cementerio para perros, ha instituido la bendición anual de los animales en la iglesia de San Francisco de Asís... En definitiva, en la Sociedad que él fundara ha realizado una labor dilatada y encomiable.


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